domingo, 14 de octubre de 2012

La justicia de la tierra muerta


Una gran obviedad es que no todo en este mundo, ni en esta vida, es justo, casi nada lo es y sin embargo casi todo evoluciona siempre con mayor o menor armonía. Desde el mismo momento en que nos alumbran empezamos a sortear el tortuoso camino de lo justo y lo injusto, de los buenos y los malos, de los ganadores y los perdedores,...

No existirán dos personas en La Tierra que entiendan las mismas cosas como justas o injustas, todos emitimos juicios, principalmente con lo que nos afecta directamente, pero si nos dejamos llevar por esa corriente incriminatoria, podemos acabar juzgando todo y no siempre justamente, a veces la mezquindad humana condena lo que no condenaríamos en nosotros mismos.

Y en esta disertación sobre la justicia, y sin saber si tiene algo que ver, llueve en mi memoria el recuerdo de José María Fonollosa, un poeta que no publicó nada durante 40 veranos, y sólo lo hizo unos meses antes de morir. ¿Fue justo? No me lo parece, pero no lo sé, no sabría juzgarlo.

Creo poderosamente que a veces sólo el tiempo debería poder ser juez. El día de la muerte de Fonollosa, un 7 de octubre del 91, en su mesa, junto a un testamento a lápiz, aparecieron estas líneas:
No a la transmigración en otra especie.
No a la post vida, ni en cielo ni en infierno.
No a que me absorba cualquier divinidad.
No a un más allá, ni aun siendo el paraíso
reservado a islamitas, con beldades
que un libro garantiza siempre vírgenes.
Porque esos son los juegos para ingenuos
en que mi agnosticismo nunca apuesta.
Mi envite es al no ser. A lo seguro.
Rechaza otro existir, tras consumida
mi ración de este guiso indigerible.
Otra vez, no. Una vez ya es demasiado.
  

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