miércoles, 8 de febrero de 2012

La chica y el piano

La pasada noche de viernes, mis huesos se ubicaban en un local de Sevilla que albergaba encanto en todos sus recovecos, se llamaba algo así como la Carbonería. En él, nos hallábamos personas del más diverso pelaje, desde guiris, turistas, bohemios, gitanos cantando con todo su arte, hasta algún que otro señorito andaluz de esos que nunca se separan de la barra y que rivalizan por ver quien tiene las patillas más grandes.

La mayoría nos sentábamos sobre largas bancadas que acompañaban a mesas también de gran longitud, todo de madera. Sin embargo, el centro de las miradas de casi todos era el mismo, en el fondo, bajo una enorme pieza tallada a modo de chimenea, se situaba el piano que estaba siendo tocado por un chico al que no vimos la cara hasta el final de la actuación, mientras que al lado izquierdo del mismo y apoyada sobre él, una preciosa chica rubia, más o menos de mi edad, entonaba con una voz portentosa algunas de esas clásicas canciones, ésas que son misiles de precisión al corazón. En mayor o menor medida todos los presentes estábamos envueltos en aquel torrente de voz que nos abrazaba. Difrutábamos de buena compañía, de risas y de calor, del calor de los buenos momentos.

Hubo un instante en el que debo reconocer que mi mente debió abandonar mi cuerpo y mis ojos quedaron obnubilados en aquella bella mujer que nos encandilaba. De repente sus ojos repararon en mi impertinente y detenida observación. Aparentemente contenta con mi descaro, me aguantó la mirada, sentí como si en ese momento me cantase directamente a mí. No sabría deciros si fue durante una décima de segundo o fueron horas, pero durante ese tiempo nada de lo demás parecía importar. Aquella mirada me recordaba a alguien, esos ojos parecían clonados de otra persona, otra persona que no estaba allí por más que hubiese deseado que así fuese.

Tras un largo repertorio, al terminar, sentí el impulso de hablar con ella, pero no podría, ni sabría explicarle el haber podido ver en sus brillantes ojos, el brillo de los de otra persona. Así que me conformé con corresponderle a la sonrisa que me regaló.

Seguramente ella ya ni lo recuerde, pero a mí me costará olvidar esos ojos, que temblaban mientras su potente voz nos embriagaba.

Seguramente nunca leerá esto, pero necesitaba expresarlo al menos aquí.




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