jueves, 25 de octubre de 2012

Donde nadie para a mirar


Supongo que es por deformación profesional, pero cada vez que me paro a contemplar la Arquitectura, mi estado de ánimo se enfada, empatiza y hasta de algún modo discute con la obra que contempla, dependiendo de su estado, su concepción,... lo que ofrece al mundo en resumen.

Un apartado especial suponen para mí los espacios que albergaron vida y que ahora nos contemplan pasar, quizás preguntándose hacia donde vamos tan deprisa. Ellos con su sutil espionaje del entorno inmediato, en algunos casos, han visto caer imperios, levantarse otros nuevos y sobre ellos sólo se han ido labrando las arrugas que el sufrir por nuestro abandono les ha ido produciendo.

Cuando se trata de una vivienda, me paro a pensar dónde andarán sus moradores ahora, qué les llevaría a abandonarla, qué sienten al verla envejeciendo sola, qué habrá sido de los recuerdos que nacieron en su interior, de las conversaciones que guardó en secreto...

La de la imagen es una casa abandonada en Romangordo, cuando nos la encontramos, no pude dejar de hacerme éstas y otras mil preguntas más, como siempre me pasa.

La Arquitectura contiene, en lo más intrínseco de su significado, el valor de lo humano, de la vida, pero cuando no es vivida; observa y espera que la vida vuelva. Algo muy parecido a lo que nos ocurre a los humanos con el amor.

 A la fabulosa fotógrafa
El encanto de un objeto, no está en el objeto en sí, 
sino en los ojos que se detienen a mirarlo
y capturarlo para siempre.

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