viernes, 26 de noviembre de 2010

Paseando por esta memoria mía


Aún recuerdo la última vez que le vi, era una tarde, muy cerca del ocaso. Volvíamos de la Escuela de Idiomas, caía una constante lluvia fina, se presumía una noche gélida, pero de ese frío que no registran los grandes termómetros de las aceras, sino del que se siente cuando a solas das vueltas en la cama pensando que algo importante está ocurriendo en tu vida y no sabes si sabrás manejar las riendas de ese cambio.

En mi retina permanecen su abrigo de cuadros rojo y negro, sus vaqueros ajustados y aquellas botas rosas que tan poco me gustaban. Yo llevaba un abrigo azul oscuro, con las botas y pantalones negros, negro como el recuerdo de aquella noche.

Para entender todo esto, hay que remontarse unos años. Nos conocimos por casualidad en una de esas mañanas que, inconscientes, nos fugábamos del instituto. Ella era preciosa, una de las mujeres que más me han impactado a primera vista, sus ojos verdes se me clavaron como una navaja de reyerta, desde aquel día empezamos a vernos, al principio, con Juan, Lucy y los demás y luego a solas.

Poco a poco se convirtió en una persona imprescindible en mi vida, o eso creía yo, mientras le escribía mi parte de la correspondencia que manteníamos. Ella, apabullantemente inteligente, soñaba con ser forense, alucinaba con todos aquellos reptiles del laboratorio metidos en formol, yo siempre creí que sería un sueño poder llegar a ser algún día arquitecto. Se nos iba la vida en cada beso, en cada mirada, en cada instante juntos, en cada sueño.

Todo aquello estaba derrumbándose al suelo, deshaciéndose en los charcos de la lluvia; ambos sabíamos que lo nuestro se acababa, yo había aprobado mi último curso del instituto y estaba a la espera de las notas de la prueba de acceso a la universidad, mientras que a ella, se le habían atragantado las matemáticas un par de cursos atrás.

Nos prometimos mil cosas, recordamos mil momentos, pero la realidad se imponía, yo abandonaba Plasencia me lanzaba al desafío de la vida universitaria, ella quedaba en la Perla del Valle.

El tiempo y la distancia nos separaron, aunque debo reconocer que con mucha frecuencia pensaba en ella, en aquella mirada y en aquellos carnosos labios.

Hace unos meses la vi, pero esa es otra historia (la próxima historia de este blog).

"Te daré mi corazón, te daré mi vida, te daré mi alma perdida"

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