martes, 15 de enero de 2013

Sol de invierno


Él corría, feliz e incautamente, corría tras ella. Corría sin parar a pensar que llegaría un día, en el que sus piernas cansadas le dirían: "basta, no sigas eternamente a quien solo se gira para gritarte que deberías correr más." 

No fue su amor más que eso, más que una huida hacia ningún sitio, un duelo a quemarropa, una balacera de sentimientos, un imposible equilibrio de quieros y puedos. Pero al fin y al cabo, ¿no es eso siempre el amor?

A veces la vida tiene estos aparentes sinsentidos, momentos felices que se acaban tornando en pura lágrima, y momentos tristes que son el preludio de una inmensa felicidad desconocida. Quizás sea por ello que nos animen a no bajar los brazos cuando mandarías todo al cálido infierno, por ello nunca acabamos de disparar al pianista que, indiscreto, te radiografía sonriendo, mientras invitas a la chica a tomar otra copa.

El sol de este invierno no deshace el frío de las almas escarchadas, no lo consigue, ni siquiera lo intenta. Deslumbra, gélido reprime las miradas más osadas y observa, en silencio, jactándose, observa.

Guío mi mirada hacia la jovencísima pareja que pasea de la mano y descubro que quizás todo lo que he pensado no tenga porque ser cierto, o sí. Su historia la escribirán ellos.


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