miércoles, 30 de enero de 2013

A pie cambiado


Se hallaban en el comienzo de algo, ambos lo sabían. No acertaban a adivinar el qué, pero lo sabían, algo rotundo e importante les estaba acechando. Vivían el amanecer de algo nuevo, en pleno mes de enero.

Con el paso de las semanas, ella se dio cuenta de que a pesar de sentir aquellas mariposas en el estómago, algo no acababa de funcionar, notaba como si ambos estuviesen sintiendo aquello a distinto ritmo, a distintas velocidades: como a pie cambiado.

Seguramente esa fue la primera lección en un tema que solemos aprender con el paso de los años y es que es prácticamente imposible que dos personas piensen de la misma forma, más difícil aún quererse de la misma forma.

Restringiéndolo mucho, existen fundamentalmente dos formas de iniciar una relación. La primera y más prudente, que podríamos asemejarla a cuando uno se adentra poco a poco en un río antes de darse un chapuzón, para no llevarse la impresión de golpe. La otra, mucho más pasional, es similar a zambullirse de un salto en el agua, desconociendo y restándole importancia a que el agua pueda estar helada.

Lo peor de tomar la opción de zambullirte, es que si descubres que el agua está fría no hay solución, mientras que si la otra persona se mete poco a poco y descubre que la temperatura no es de su agrado, cabe la posibilidad de que no continúe adentrándose.

Pero llega un día en el que aún pensando diferente, aún sintiendo diferente; conoces a alguien tan sumamente especial, que os agarráis de la mano y juntos saltáis de lleno al agua, sin importar si estará fría o caliente, porque sabéis que tenéis tan fuertemente agarradas las manos que no os importa si os llevará unos años calentarla.




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