miércoles, 12 de octubre de 2011

Eterno viajero

Para alguien que lleva media vida cambiando de residencia, sin parar demasiado tiempo en ningún sitio, se le hace a veces extraño llevar algo más de un año viviendo en un pueblo de unos 700 habitantes de manera más o menos permanente.

No pretendo hablar de las ventajas e inconvenientes de vivir aquí, pero sí de lo que se aprende de la idiosincrasia de un lugar cuando se convive más tiempo entre quienes lo moran.

A veces te llevas sorpresas en la  idea anterior sobre una u otra persona, al tener un contacto más cercano, tanto para bien como para mal. Por otro lado, también aprendes una barbaridad sobre el lugar, la agricultura, los animales, la fauna, el clima... Podríamos decir que en esta etapa de mi vida he podido vivir más cerca del terreno, de la tierra, de la raíz de esta tierra.

No sé cual será la siguiente etapa del camino, pero desde luego ésta está siendo muy positiva a todos los niveles. Formará parte de un importante capítulo en el cuaderno de a bordo de este eterno viajero.

Casar de Palomero es mi pueblo, en el que a pesar de los pesares, me gustaría construir el resto de mi vida. Hoy es muy difícil, aquí no se apuesta por los jóvenes, ni se cree en nosotros, pero no hay mal que 100 años dure.

Soy eterno viajero de sueños e ilusiones.
Soy eterno viajero de amores.
Cruzaré los mares en mi barco pirata
con los cañones acenagados
y mi bandera será blanca.

Dominaré los aires como un pájaro
desprendiendo de mi cuerpo
blancas y multicolores plumas de amor y paz.

Cabalgaré por valles y montañas a lomos de mi Gitana
Sin dejar más señal para el retorno
que la sonrisa y la amabilidad.

Escucharé historias escalofriantes de viejos.
Contaré historias inventadas
a preciosos niños dulces y traviesos;

y amaré tierna y locamente
a la mujer que merezca del amor puro
de aquel dulce vagabundo.

Manolillo Chinato

  

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