Llevo ya un tiempo reflexionando sobre la mejora en el enfoque que aporta ir madurando en la vida.
La semana pasada llegué a casa absolutamente sediento, después de jugar un partido de fútbol. Abrí el frigorífico y me serví un par de vasos de agua que bebí pausadamente. Será porque vivo solo y me da por pensar, de inmediato vinieron a mi mente todas esas veces que, cuando era niño, llegaba a casa con una sed similar y bebía de golpe, atragantándome tantísimas veces. Sin embargo, con el tiempo aprendemos a dosificar los tragos para que no nos sienten mal.
Ocurre en los asuntos del corazón algo parecido, llegada una edad, aprendemos a administrar mejor las dosis de endorfinas en la mente, tras muchos empachos, a veces escasamente satisfactorios.
Cada uno de esos excesos dejan un poso en nosotros, una marca que se nos configura en la piel, en nuestro rostro y se suma a las anteriores. Algo que sólo nosotros podemos ver al mirarnos al espejo y nos recuerda todo lo que hicimos o nos hicieron mal. Todas esas lecciones de las que aprendimos.
Pasado el tiempo, agradezco casi todas las marcas que llevo en la piel; tatuadas con rabia, con desaliento, con paradas a medio camino o pasados cuatro pueblos. Pero gracias a todas esas personas que pasaron y dejaron lo bueno y lo mejor, lo que son. Hoy puedo mirar al pasado con una sonrisa en los labios y dirigirme al futuro con ilusión en la mirada, con inmensa ilusión.
"Si tú supieras, si yo te dijera, si yo te contara."
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