jueves, 10 de octubre de 2013

Las invisibles cicatrices de tu piel

Llevo ya un tiempo reflexionando sobre la mejora en el enfoque que aporta ir madurando en la vida.

La semana pasada llegué a casa absolutamente sediento, después de jugar un partido de fútbol. Abrí el frigorífico y me serví un par de vasos de agua que bebí pausadamente. Será porque vivo solo y me da por pensar, de inmediato vinieron a mi mente todas esas veces que, cuando era niño, llegaba a casa con una sed similar y bebía de golpe, atragantándome tantísimas veces. Sin embargo, con el tiempo aprendemos a dosificar los tragos para que no nos sienten mal.

Ocurre en los asuntos del corazón algo parecido, llegada una edad, aprendemos a administrar mejor las dosis de endorfinas en la mente, tras muchos empachos, a veces escasamente satisfactorios.

Cada uno de esos excesos dejan un poso en nosotros, una marca que se nos configura en la piel, en nuestro rostro y se suma a las anteriores. Algo que sólo nosotros podemos ver al mirarnos al espejo y nos recuerda todo lo que hicimos o nos hicieron mal. Todas esas lecciones de las que aprendimos.

Pasado el tiempo, agradezco casi todas las marcas que llevo en la piel; tatuadas con rabia, con desaliento, con paradas a medio camino o pasados cuatro pueblos. Pero gracias a todas esas personas que pasaron y dejaron lo bueno y lo mejor, lo que son. Hoy puedo mirar al pasado con una sonrisa en los labios y dirigirme al futuro con ilusión en la mirada, con inmensa ilusión.

"Si tú supieras, si yo te dijera, si yo te contara."

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