miércoles, 21 de agosto de 2013

La pasión, el sabor, los besos

Era de noche y a una distancia a caballo entre la que separa a dos amantes y a las dos estrellas más lejanas del universo, debatíamos sobre el sabor de los besos.

Fiel a mi teoría de que los besos con humo saben a cenicero, ella replicaba sobre la preponderancia de la pasión sobre el simple sabor de un beso, pero no, se equivocaba, un beso que no sabe bien, es un beso maltratado.

No podía yo decir que hay besos que con pasión sepan amargos, llevan dentro de sí sabor de Victoria, sabor de Pecado.

Pudiera ser que por un instante soñase saborear unos besos, sus besos; morder lentamente unos labios, sus labios. De nuevo era un error, en este caso mío, al haberme dejado llevar por los deseos de mirada perdida, por lo difícilmente alcanzable,... acabando por sentir la necesidad irrefrenable de disparar para desatar la Primavera.

Podría mentir y decir que esa noche fui suyo y que ella fue mía, pero nunca fuimos de nadie, ella fue sol, y yo, solamente olor de tierra mojada.

Y se lo dije, no sé si me escuchó: el amor, cuando es amor, es un microcosmos indestructible, donde tú y yo podríamos sobrevivir hasta a un desastre nuclear.

Ahora, delirando con el sueño ya encargado; a mi lado, me pide que mire a esa  gran luna, a todos esos eternos astros callados, pero no, yo miro sus ojos, por si quizás un día les falto.

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